La desigualdad arrastra a los niños a procurar un ingreso más a sus familias, estas que apenas sobreviven, un manifiesto brutal que nos atañe a todos
18 Marzo 2019
Redacción/López-Dóriga Digital
Te has quedado dormido, no puedo quitarte la mirada de
encima, durante un par de estaciones observo que no hay ningún adulto a tu
alrededor y decido despertarte. Me sonríes y en tu boca faltan los incisivos
inferiores, intuyo tendrás unos seis o siete años.
Pregunto si estás solo y mientras me contestas que sí,
clavas la mirada en una bolsa de galletas que tengo y te la devoras con los
ojos como si pudieras. -¿Tienes hambre?- La pregunta se me hace engrudo en el estómago,
la obviedad me avergüenza, llevas horas sin comer. La estación donde debiste
bajar quedó muy atrás, ya no llegas a tu clase en la vespertina que comienza a
las seis de la tarde.
¿Cómo hace un niño para entrar y salir del sistema de
transporte colectivo sin ir acompañado de un adulto como lo marca la ley?
– Te pones buzo para que los policías no te cachen, ja
ja, es re divertido verlos correr cuando me persiguen y no me agarran.- Me
dices con ese inconfundible se seo de sipisapo que acompaña a tantos niños con
déficit de atención y sueltas una carcajada como si estuvieras jugando.
– Cinco pesos, llévese la pluma que brilla y dos ligas
para el pelo- grita otro niño de la misma edad en el fondo del vagón entre las
piernas del conglomerado de usuarios de la línea uno del Metro. Cinco millones
y medio de seres se abarrotan transportándose por este medio cada día en esta,
la décima ciudad más poblada del mundo.
Bajamos en la siguiente estación, unos 120 escalones
hacia arriba, el aire se vuelve menos denso y cruzando la calle, en un pequeño
restaurante, un plato de sopa te dura apenas unos cuantos segundos.
Me entristece reconocer que a diario veo niños de tu edad
solos en las calles, pero es contigo que en verdad ahora los hago presentes.
Tantos solos en el Metro, donde los peligros se presentan con dientes afilados
en las fauces del deterioro que brota desde el fondo de la tierra, hasta las
calles llenas de inmundicia de la gran ciudad.
Vemos a estos niños molestos que a diario en los
semáforos nos venden chicles, nos limpian los parabrisas y nos enfurecen.
Aquellos que con su caja de betunes ofrecen su servicio de boleros. Algunos nos
estiran una mano para pedir limosna, sabiendo que en la esquina alguien se las
quitará.
Están también los invisibles, los que están escondidos
realizando trabajos por debajo de la ley, los ultrajados por la prostitución y
mejor conversamos de otra cosa porque eso nos molesta y no hay nada que podamos
hacer. Se nos vuelven transparentes a base de costumbre y del desánimo que
también paraliza, cuando uno se traga la idea de que no se puede hacer nada.
Comienzas a las 5:00 am, le dejas a tu abuela unas
tortillas y unos huevos revueltos sobre el fogón. Tu madre se fue al norte hace
tiempo y no volvieron a saber de ella. ¿Papá? – No tengo- respondes mientras
pones mantequilla a un pan. Arqueo las cejas, sé que son más de la mitad de los
niños de este país que crecen sin padre.
A las 5:30 de la mañana abordas el Metro y cambias
estación en Insurgentes, cinco paradas después te bajas, trasbordas en dos
peseros y llegas a tu trabajo a las 7:00 de la mañana con el estómago vacío.
Pegas botones que te pagan por pieza y tu turno termina a las cuatro, pero a
veces sales media hora después. Te comes un par de tortillas un refresco y
emprendes el camino con tu paga de unos 150 pesos en el bolsillo rumbo a la
escuela, donde siempre llegas tarde, con el uniforme raído, el cuaderno sucio,
la tarea mal hecha. Te acompaña la somnolencia que se acumula por el hambre y
la falta de sueño.
Manu te gusta que te llamen y te sientes un súper héroe
de esos que escapan a los malhechores cuando te quieren robar, por eso te
escondes el dinero en los zapatos gastados, porque tu abuela los necesita para
pagar la renta y comprar maíz para vender tortillas, aunque a veces no se
levanta porque toma.
Veo la falta de higiene que se muestra en la mugre tu pelo y la rabia se me va
llenando en el pecho con ganas de gritar que estas son de las injusticias que
claman al cielo. Se vuelca en mí este deseo de reclamo y de que alguien salga
responsable para vaciar en él, toda la ira que me invade, pero de pronto en un
acto reflexivo el rostro del responsable me sorprende, es el mío; el de todos.
Cómo evitar que cuando vayas creciendo la delincuencia te
envuelva, te cobije y te haga suyo. Que
las calles se vuelvan tu sentido de pertenencia al lado de otros como tú. La palabra trabajo palpita vergüenza y se
entinta de abuso unida a tu niñez. Miro tu cara de niño con las manchas blancas
de la desnutrición que como bofetadas
reclaman desigualdad y miseria.
Del corazón, me brota una arteria, donde la sangre me
hierve, el calor me inunda y de pronto el alma me duele, te siento mío, un hijo
de todos y me indigna mirarte entre las cifras que por demás es importante
decir que son inconsistentes y poco fiables y que hablan de 2.5 millones de
niños que trabajan en este país.
¿Por dónde se empieza? Es que esto es multifactorial, el
deterioro familiar se encuentra en las raíces de la problemática y se va
tejiendo hasta encontrarse en el nudo donde la vida humana no importa, porque
hemos perdido la sensibilidad.
La desigualdad arrastra a los niños a procurar un ingreso
más a sus familias, estas que apenas sobreviven, un manifiesto brutal que nos
atañe a todos. Muchos de los que tuvimos la oportunidad de estudiar, de tener
un techo y cobijo arropados de alguien que viera por nosotros, nos cubrimos de
comodidad, de esa que nos arrastra hacia este estado que habita en la zona de
confort.
Será hasta que hagamos conciencia, que comencemos a dar
soluciones concretas y así podamos darle la cara a todos los Manus dándoles una
oportunidad.
Es imperante y no postergable exigir al gobierno y
trabajar en conjunto como sociedad civil para encontrar soluciones prontas y
certeras a esta enorme problemática.
Un par de llamadas, la respuesta es inmediata, me acercan
una bolsa con comida, un pantalón, zapatos nuevos y dos cuadernos. Con la
barriga llena te subimos a un taxi para que llegues sin que te roben. Te vas
sonriente, despidiéndote con tu manita recargada en la ventana del coche.
Le he puesto mi teléfono para hablar con su abuela a ver
si me llama, sé que hay mucho que se puede hacer. Son muchas personas
trabajando sin necesidad de aplausos a quienes puedo recurrir para encontrar la
forma que dejes de trabajar, que puedas tener un plato de comida, un techo
digno y alguien que resguarde tu niñez.
Porque es en conjunto que podemos actuar, esto es casi
imposible hacerlo en solitario. Desde estas letras te mando un abrazo Manu,
desando con todas las fuerzas de mi corazón que pueda volverte a ver.
DZ
A Mariela, Susana y Rosa gracias por acudir a mi llamado
y regalarle a Manu una vestimenta digna y una despensa que quizá alcance para
una semana.
Si logramos que la abuela me llame, podremos buscar cómo
ayudarlos a través de algunas instituciones:
SAMET Salud Mental para Todos
Cerro Tlapacoyam #10 Colonia Copilco Universidad
(52) 5556583372
Donde hay atención de paidopsiquiatría y atención para
problemas de aprendizaje entre otras disciplinas.
Natural Dent +52(55)34718994
AFN A FAVOR DEL NIÑO I.A.P. Av. San Jerónimo 860 San
Jerónimo
Comedor Santa María, A.C.
13 de Septiembre #26, Escandón I, Miguel Hidalgo, C.P.
11800, CDMX
5593 9422
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